La obesidad infanto-juvenil está alcanzando proporciones alarmantes en muchos países. Según antecedentes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el número de niños de 0 a 5 años que padecen sobrepeso u obesidad aumentó de 32 millones en 1990 a 41 millones en 2016, estimando además que, si se mantienen las tendencias actuales, el número de lactantes y niños pequeños con sobrepeso aumentará a 70 millones para el año 2025[1]. Una de las grandes preocupaciones vinculadas a este escenario, es el riesgo que presenta a la población infantil con obesidad a un mayor riesgo de desarrollar co-morbilidades y, por tanto, mayor mortalidad durante la vida adulta[2].
Con el fin de determinar la edad en que los niños son más susceptibles a presentar una ganancia de peso corporal excesiva, que posteriormente repercutirá en la mantención o desarrollo de obesidad durante la adolescencia y etapas posteriores; Geserick y Cols. evaluaron las dinámicas en el incremento de peso corporal e índice de masa corporal (IMC) en 51505 niños (desde el nacimiento a los 14 años) y adolescentes (entre 15 a 18 años) en Alemania. Este estudio, de cohorte prospectivo y retrospectivo, evidenció que 9 de cada 10 niños que presentaron obesidad a los 3 años, continuaban con este estado nutricional durante su adolescencia. Por el contrario, 1 de cada 10 niños con estado nutricional normal a los 3 años, desarrolló obesidad en la adolescencia. Si bien, la mayor parte de los adolescentes con obesidad tenían un peso normal durante sus primeros años de vida, un 22% y 31% de estos ya presentaba un estado de sobrepeso u obesidad a los 5 años, respectivamente. Uno de los resultados más interesantes y con un alto potencial para su aplicación en estrategias de intervención y pesquisa temprana de población infantil en riesgo de desarrollar obesidad, fue la identificación del periodo crítico de aumento de peso corporal que se asocia con un aumento en el riesgo de obesidad en la adolescencia. Según este estudio, aquellos niños en etapa pre-escolar (2-5 años) que presenten un crecimiento anual en su IMC (expresado como z-score) de entre +0.2 a +2 desviaciones estándar tendrán un 50% mayor probabilidad de ser obesos en la adolescencia, no así quienes aumentaron de peso durante la etapa escolar (>6 años). Por otro lado, el estudio también identificó que la gestación influye fuertemente en el estado nutricional a futuro, sugiriendo que 4 de cada 10 niños “grandes para su edad gestacional” y 3 de cada 10 niños “pequeños para la edad gestacional” presentaron sobrepeso u obesidad en la adolescencia. Además, la obesidad gestacional materna se identificó como un factor de riesgo independiente para la obesidad infantil[3].
Estos resultados, y su potencial transferencia a la realidad epidemiológica en Chile, podrían ser de interés para la salud pública y promoción de políticas de identificación de escolares con un alto riesgo de desarrollar obesidad, si consideramos las preocupantes cifras de la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB) que indican que en el año 2017 un 48.8% de niños de prekinder y kínder presentaron exceso de peso corporal (sobrepeso u obesidad), mientras que en escolares de primero básico esta prevalencia fue de un 50.3%, concentrándose la obesidad severa en sectores rurales y regiones extremas del país[4].
Sin duda, estos resultados nos alertan sobre las edades en las cuales se debería fomentar aún más las estrategias contra la epidemia de la obesidad o en las cuales se podría obtener un mayor efecto a largo plazo, previniendo el exceso de peso corporal y junto con ello las co-morbilidades que se han descrito en adolescentes chilenos: obesidad abdominal (80%), hipertrigliceridemia (40%) y presión arterial elevada (30%), lo que conlleva a un aumento en el riesgo cardiometabólico[5].
En este contexto, la OMS propone como principales estrategias para acabar con la obesidad infantil: una atención pre gestacional y prenatal; salud, nutrición y actividad física para niños en etapa escolar; control de peso corporal, promoción de la actividad física y consumo de alimentos saludables[1]. En este último punto, la Ley 20.606 sobre la Composición Nutricional de los Alimentos y su Publicidad, ha sido una de las medidas de salud pública más innovadoras de los últimos años en Chile[6] que, a dos años de entrar en vigencia, resultados preliminares publicados recientemente reportan una disminución de exposición de preescolares y adolescentes a publicidad de alimentos con sellos de advertencia (“alto en”), una disminución en el contenido promedio de sodio y azúcares de alimentos envasados, el reconocimiento por parte de la población de alimentos con presencia de sellos y una disminución en la compra de bebestibles y cereales de desayuno en los hogares con estas advertencias[7].
En esta misma línea de acción, el Ministerio de Educación, a través de la JUNAEB[4], ha implementado el programa CONTRAPESO que, a través de diferentes medidas pretende controlar la obesidad infantil. Así mismo este Ministerio aprobó cambios curriculares que permitirían aumentar las horas de actividad física a 3 o 4 horas semanales, creando, además, la asignatura de “Educación Física y Salud”. Sin embargo, esta estrategia aún no ha sido implementada a nivel nacional.
Si bien, todas las medidas mencionadas anteriormente pueden contribuir al control del exceso de peso corporal en los niños chilenos, se hace un llamado de atención a la urgencia de seguir fomentando políticas públicas enfocadas en el área de alimentación y nutrición, destinando actividades concretas como recursos económicos, la incorporación del sector público y privado, instancias de diálogo y mesas de trabajo donde la población pueda generar ideas para practicar el cuidado en salud, así como también estrategias integradoras entre los diferentes sectores y Ministerios, que consideren directrices claras y un trabajo estructurado en alimentación y actividad física para la población infantil, incorporando recursos docentes, profesionales e infraestructura para implementar en las escuelas, sin olvidar la participación de la familia en cada una de estas aristas y las estrategias comunicacionales que pueden orientarse a la búsqueda del autocuidado y el bienestar tanto en población pediátrica como en sus entornos.
Considerando que cada población posee características biológicas y sociodemográficas diferentes, se hacen necesarias nuevas investigaciones, que consideren muestras representativas de la población infantil y adolescente, con un seguimiento longitudinal que aporten información sobre los cambios anuales en la ganancia de peso y en el IMC y su asociación con el desarrollo de comorbilidades en la adultez, con el fin de identificar estrategias específicas y efectivas para combatir esta epidemia mundial.