Los sistemas de enseñanza y aprendizaje tradicionales no garantizan sistemáticamente la adquisición del perfil completo de competencia clínica deseable en los graduados médicos. Nuestro modelo educativo sigue priorizando la transmisión y evaluación de conocimientos, en buena medida debido al sesgo que representan los sistemas de evaluación y el acceso al programa MIR. Pese a resultar un problema incuestionable, las inercias de un modelo secular dificultan adoptar cambios significativos para su mejora. En paralelo, en las últimas décadas, la simulación clínica está teniendo una presencia creciente en los programas de educación médica. El concepto incluye el uso de una amplia variedad de instrumentos tecnológicos (simuladores robóticos, realidad virtual, sistemas inteligentes, etc.) y/o actores (pacientes estandarizados) para el entrenamiento y desarrollo de competencias profesionales en escenarios clínicos controlados. Un factor de naturaleza ética que ha impulsado indudablemente la simulación ha sido evitar riesgos a pacientes reales durante las prácticas clínicas convencionales en centros sanitarios. Otras ventajas teóricas (la posibilidad de entrenar unos objetivos de aprendizaje programados, el protagonismo autónomo con el que el alumno aborda las tareas clínicas, la adaptación del proceso a la curva personal de aprendizaje de cada pupilo, el disponer de un tiempo de reflexión sobre los errores y de una supervisión profesional) resultan motivos sólidos para apoyar su implantación. Sin embargo, la comunidad docente universitaria está polarizada entre partidarios y detractores de esta metodología frente al modelo de práctica a la cabecera del paciente. La aplicación práctica de la simulación en las facultades de medicina tiene serios inconvenientes prácticos, que se analizan en este artículo (masificación, dedicación profesional, imputación curricular, coste, dotaciones, etc.), junto a algunas propuestas para superarlos. Se refrenda también el potencial de la simulación clínica (mediante el uso de pacientes estandarizados, como estándar pedagógico) como herramienta para el entrenamiento de habilidades de relación médico-paciente en los estudiantes de medicina, un área competencial particularmente desatendida en nuestras facultades.
The traditional way of medical education does not guarantee reaching a full profile of clinical competence in medical graduates. Our current educational model focus on the transmission and evaluation of knowledge, maybe due to the MIR-program’s bias. The strong inertia of the traditional model, difficults to introduce relevant changes for improving. In parallel, in the last decades, clinical simulation has had a growing presence in medical education programs. The concept includes using a wide spectrum of technological instruments (robotic simulators, virtual reality, intelligent systems, etc.) and/or actors (standardized patients) to training a whole professional competence in a variety of controlled clinical settings. Avoiding risks to true patients meanwhile students do their clinical practices in hospitals was a main factor of ethical nature that promoted the simulation’s development. Other theoretical advantages (use a clear set of learning objectives, the student’s protagonism approaching clinical tasks, the program’s adaptation to the personal learning rhythm of each pupil, to have time for reflection about errors, under a professional supervision, etc.) are strong reasons to support its implementation. However, teachers are divided between supporters and detractors of the simulation versus the patient bedside clinical practices. Medical Schools have to cope with several problems to incorporate simulation in its programs. We discuss them in this article (massification, professional dedication, curricular imputation, cost, endowments, etc.) and we propose some ways to overcome them. The potential of clinical simulation (using standardized patients as learning method) as a tool for training communicational skills among the medical students, is also endorsed.