Vivimos una permanente paradoja lingüística: mientras en España es frecuente la desatención y uso ignorante del idioma por ciertos profesionales, locutores, presentadores, algunos políticos, periodistas del papel cuché, colectivos diversos, «desaseados de la lengua» en suma, que utilizan las palabras por «aproximación», y censores que menoscaban su empleo en favor de la lengua autonómica, en el resto del mundo ocurre justo lo contrario: el imparable aumento de nuestro idioma, que tal vez dentro de 4 décadas pueda desplazar al inglés de su hegemónica posición. El español —no castellano— es más antiguo, versátil, rico y expresivo que el inglés y el francés1–3; ergo, para evitar su derrumbe las eficaces herramientas «sanadoras» son la enseñanza y el estudio, tareas que deben ser tan constantes como el embate de las olas. Hay que actuar sin demora, pues el deterioro del español es una realidad en ciertos lares autonómicos. Pero los hablantes de tan armoniosa y bella lengua debemos esforzarnos en protegerla, mejorarla y difundirla. Hace mucho tiempo la reina Isabel de Inglaterra (1533-1603) lo estimaba con estas palabras: «habladme en español, que yo lo entiendo bien».
Los idiomas, sensu stricto, tienden a la sencillez, simplificación y omisión de repeticiones para hacerlos ágiles, amenos y directos; pero en España el insoportable desiderátum de lo «políticamente correcto», auspiciado por posturas acomodaticias amenaza las normas lingüísticas forjadas por siglos de historia; padecemos el cansino martilleo del masculino/femenino relegando el neutro que incluye a ambos; españoles comprende hombres y mujeres, niños representa infantes de uno y otro sexo y la lista de dislates resulta abrumadora: ciudadanos/ciudadanas, amigos/amigas, trabajadores/trabajadoras, compañeros/compañeras, todos/todas etcétera. Atender un discurso o leer un texto plagado de tales repeticiones no solo tritura las normas del lenguaje, sino que lo hace insufrible y pesado. Es esta una de las «patologías» que erosionan nuestra lengua, y frente a ellas deben seguirse las directrices establecidas por los expertos de la Real Academia Española y ofrecer la pertinente «terapéutica». En mi dilatada trayectoria docente el interés por lo idiomático viene de lejos. El descuido del español se debe, entre otras causas, a la poca o nula lectura literaria, el esnobismo, la tropelía de extranjerismos —anglicismos, sobre todo— y la actitud ignorante de muchos oradores y responsables de la comunicación. El problema se retroalimenta por posturas inaceptables, incultas, autoritarias y dogmáticas que intentan eliminar la maravillosa lengua de Cervantes en favor del nacionalismo intransigente: «estupidez y ceguera de los fanáticos que créense dueños de las verdades únicas». Nuestro objetivo es señalar el uso del idioma y el propósito de huir del anglicismo innecesario a sabiendas que en español se dice de otro modo y mejor. Me sitúo contrario a cuantos despojan a los vocablos de su auténtico significado para forzarlos a decir lo que no son. La razón es obvia, el español lo hablamos 500 millones de personas y representa nuestro patrimonio común más sólido, duradero, cultural y valioso4–6.
Lenguaje y medicinaPor desdicha, el deterioro de la lengua está presente también en el ámbito médico, pero como universitarios, intelectuales y profesionales de la ciencia de Esculapio estamos obligados a buscar un lenguaje claro y conciso; cuidar y hacer «brillar» el admirable legado del que somos recipiendarios. El idioma es cultura, suma de factores y disciplinas, patrimonio de ideas, valores y obras artísticas, conocimientos históricos, filosóficos, científicos y de la búsqueda de nuevas formas expresivas. En lo docente: clases teóricas, sesiones científicas, mesas redondas, tesis doctorales, conferencias, etcétera, intento en todo momento mejorar el español. Movido por este interés, en los últimos años he venido impartiendo un curso del doctorado: Cómo hablar y cómo escribir en medicina formado, entre otros ítems, por: «Oratoria», «Voces foráneas», «La fuerza de la palabra», «Mitos, tópicos, sentencias y refranes», «Anglicismos y voces foráneas», «Técnica oratoria», «Paronimia y polisemia», etc. El objetivo no ha sido otro que evitar errores y ayudar a una mejor redacción de artículos, memorias, ponencias congresuales, proyectos de investigación y tesis doctorales, porque la forma escrita, complemento de la oral, es imprescindible en la profesión médica: dictámenes, documentos, informes, misivas, manuscritos o textos diversos. El dominio terminológico es clave para eludir extranjerismos estériles y modismos agresores. La traducción, por ejemplo, de la voz inglesa management se hace erróneamente por «manejo»; event por el malsonante «evento», o score por puntuación; son estos algunos de los muchos fallos que a menudo se cometen por dejadez, esnobismo o ignorancia (tabla 1). Es el afán de «estar a la última» en personas impresionadas por la «fiebre del inglés», que creen causar mayor impacto social o profesional si utilizan ciertas voces o expresiones foráneas. Pero, cuando tan inoportunos pedruscos son propalados por los «eruditos de salón», que nunca faltan, corren veloces para germinar inconscientemente en la población hablante, acrítica, que a pie juntillas sigue los dictados de la moda porque ignora el meollo de la verdadera cultura. De tan enloquecida germanía destaca un término vertido con prodigalidad en artículos científicos, libros, conferencias, congresos y sesiones de todo tipo, me refiero a severo. En la lengua de Shakespeare encierra el significado de grave, pero en español la sinonimia corresponde a riguroso, duro, exacto, estricto o rígido; «la hemorragia es grave en un paciente severo». Se trata, en suma, de incrementar la adecuada expresión literaria y evitar anacolutos, solecismos, digresiones, escasez de palabra y otros vicios para no quedar atrapados en el aforismo: «el médico que solo sabe de medicina…».
Anglicismos, signos ortográficos y su correcto uso en español
Inglés | Español | Incorrecto |
---|---|---|
& | y | & |
¿ | ¿? | ? |
Abstract | Resumen | Abstract |
Adverse | Secundario | Adverso |
Affair | Asunto | Affaire |
Discontinue | Interrumpir | Discontinuar |
Disorder | Trastorno | Desorden |
Level | Valor | Nivel |
Management | Tratamiento | Manejo |
Randomize | Aleatorizar | Randomizar |
Score | Puntuación | Score |
Severe | Grave | Severo |
Tolerability | Tolerancia | Tolerabilidad |
«Cómo hablar y cómo escribir» debe ser, pues, motivo de interés, así como la preocupación por buscar claridad, buena dicción, lenguaje diáfano, límpido, directo y sin ornamentos estériles. «Para decir la verdad pocas palabras bastan», afirmaba Aristóteles. La penuria lingüística obliga, en cambio, a realizar dilatados circunloquios y pesadas repeticiones7. «Es terrible carecer de medios de expresarse, tener que guardar secretos los propios sentimientos» (André Maurois, 1885-1967). Si hurgamos en la génesis de las palabras pueden encontrarse ribetes sublimes y sorprendentes, fulgores valiosos y sugerencias o perfiles de misterio. Las palabras no son entelequias abstractas, inertes, sino organismos que poseen vida propia cuando se las coloca en el lugar adecuado. En nuestro tiempo es pertinente, por ejemplo, el aprendizaje de otros idiomas, pero nunca debe ir en detrimento del propio. Importar palabras innecesarias es como incorporar objetos ruidosos o cambiar gemas por guijarros que convierten, para nosotros, el español en lengua «extranjera». Atesorar un rico equipaje de instrumentos verbales y transmitirlos de forma certera es fundamental, porque los abusos e infracciones terminológicas —lamentablemente muy frecuentes— acarrean 2 graves consecuencias: a) la perseverancia en el error; y b) el contagio a un público poco ilustrado. Los titubeos idiomáticos tienen difícil remedio cuando la persona ha concluido la etapa universitaria «distante» de la lengua como herramienta profesional. Es desoladora la arraigada fe en lo «espontáneo» —lo producido sin cultivo ni cuidado—, como sinónimo de dominio, ingenio o improvisación talentosa. Muchas gentes valoran de raro virtuosismo lo primero que les viene a la cabeza para colocarlo en un plano jerárquico superior al de la reflexión, el esfuerzo y el estudio; en otras palabras, ¡el trabajo!, fiel estandarte de lo auténtico y verdadero: «yo quiero hablar el lenguaje de la verdad», afirmaba Modest Mussorgski (1839-1881).
Las cosas por su nombreLa tozuda «corrección política» propugna la antífrasis «figura consistente en designar personas o cosas con voces que signifiquen lo contrario de lo que se debiera decir», es moda amparada en el relativismo, pusilanimidad o temor a enojar a los permanentemente airados defensores del edén vernáculo. Hay que actuar con firmeza e impedir el desdén al español por los fanáticos «de conformidad ciega con la voluntad o dictamen de alguien», «eruditos» del pensamiento inane y torpes ideólogos abanderados del localismo más mendaz. Es insoportable la permanente y violenta monserga, por los adoctrinados en el odio a nuestra gran nación, en aras a desprestigiar a todo cuanto suene o recuerde a España: lengua, símbolos, historia, usos, tradiciones, folclore, personajes o glorias —artísticas, culturales, científicas o épicas— de nuestro ubérrimo pasado. La palabra preservada en los textos es vehículo de ideas y pensamientos, y sin ella el pasado quedaría borrado por el viento de la historia. Los vocablos expresan conceptos, saltan de bocas a oídos, velozmente cruzan ante millones de seres, arrastran pensamientos, afectos, verdades, audacias, fabulaciones, loas, sueños y realidades, permiten narrar gestas históricas, pero también atrocidades que asolan al mundo.
La Real Academia Española, el Instituto Cervantes y la Fundación del Español Urgente velan por el correcto uso del español, fruto del fluir de los siglos y nacido de los usos, costumbres y tendencias de la sociedad, lengua viva y dinámica nacida del latín. El recién creado Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española (SIELE) permitirá mediante pruebas objetivas vía Internet certificar el grado de conocimiento del español. Y conviene recordar a todo aquel en trance de ser oído o leído el pensamiento de Lázaro Carreter (1923-2004) «…no debería olvidar nunca que casi todo puede decirse, como mínimo, de otra manera que tal vez sea mejor, más clara, más rotunda, más irónica, menos enrevesada, mejor ajustada al asunto, a su intención, a las expectativas de quienes han de leerlo u oírlo, y al momento»8.
Conflicto de interesesEl autor declara no tener ningún conflicto de intereses.