El término «empoderamiento» se presentó bajo un contexto social-político, pero ha tomado fuerza en el área médica y los sistemas de salud pública1. Este término se ha asociado con el poder de la persona sobre los recursos y las decisiones que afectan a su vida1–3. En medicina, se introduce como un paradigma bajo una visión socioambiental2, que aborda la problemática de salud como una interacción entre cultura y ambiente2,3; sin embargo, se requiere un enfoque multidimensional para que trascienda la salud de la población. El empoderamiento se refiere a la capacidad que adquiere una persona para desarrollar las herramientas cognitivo-conductuales que le permiten modificar su estilo de vida para desplegar conductas que fomenten su salud. En consecuencia, es necesario desarrollar habilidades para relacionarse y enfrentar dentro de un marco de igualdad, horizontalidad y respeto, a otros actores importantes en el mejoramiento de la calidad de vida, estableciendo diálogos y negociaciones con igualdad de oportunidades. Esto lo convierte en un proceso individual y colectivo de autoafirmación, en el que las personas desarrollan su capacidad para tomar decisiones importantes sobre sus vidas, su salud y conductas, usando los recursos de su entorno4. Por otra parte, el modelo imperante en la relación médico-paciente favorece una atención bajo el paradigma de la medicalización de la atención primaria, lo que hace que el paciente sea poco participativo y espere que el medicamento devuelva la salud anhelada, sin ser consciente de su responsabilidad en el control y manejo de su enfermedad. Este enfoque, en el actual panorama epidemiológico, ha propiciado que el abordaje de las principales enfermedades no haya tenido el impacto esperado y explica, en parte, su constante incremento; ha condicionado que los planes y programas de formación de recursos humanos para la salud privilegien la atención curativa y fomenten una relación «vertical» con el paciente, sin cultivar su corresponsabilidad con el equipo de salud. Por ende, los programas de educación destinados a profesiones sanitarias no contemplan la actual realidad económica, social y de innovación tecnológica para incorporar nuevos modelos de capacitación educativa, en sus programas académicos, basados en el empoderamiento y el derecho a la salud preventiva, para formar individuos bajo el concepto de colaboración efectiva y generar un cambio de estructura mental en los profesionales de la salud, pasando de un prescriptor de indicaciones a un facilitador de herramientas para promover la participación activa del paciente y situarlo como el eje central de la atención médica y, en consecuencia, del empoderamiento; esto favorecería una relación sujeto-sujeto entre el personal de salud y el paciente, en colaboración con su entorno y núcleo familiar, social e institucional, asegurando la utilización adecuada de los recursos encaminados a restablecer la salud, limitar el daño o prevenir discapacidad, controlar riesgos y favorecer la adherencia permanente al tratamiento, lo cual redunda en una mayor calidad de vida, una menor predisposición a desarrollar complicaciones y una mejor evolución de su enfermedad, mejorando la capacidad resolutiva de las unidades de primer nivel de atención. Este proceso ha sido la base para construir de manera bidireccional y en corresponsabilidad, en el sistema de salud del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, un nuevo modelo aplicable a la vida cotidiana del paciente y su familia, con la finalidad de impactar en sus determinantes de salud.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.