En los últimos años se ha abierto camino una estrategia educativa consistente en incorporar en los planes de estudio el aprendizaje de ciertas tareas clínicas predefinidas, que constituyen un auténtico constructo de conocimientos, habilidades y actitudes y cuya característica fundamental es que constituyen elementos o unidas básicas de tareas propias de la profesión. Precisamente por este motivo, son tareas o actividades que pueden y deben ser confiadas a la realización de forma autónoma por parte de los alumnos. Son, por otra parte, actividades cotidianas que permiten la reflexión, asi como una evaluación objetiva de su cumplimiento.
El fundamento de la incorporación de un inventario de Actividades Profesionales Confiables (APC) en distintas áreas clínicas (atención primaria, medicina interna, pediatría, cirugía, traumatología, obstetricia y ginecología) es facilitar que el aprendizaje del futuro profesional se oriente hacia las actividades características de su profesión, y que se desarrolle en el entorno natural donde va a tener lugar en el futuro.
Además, el gran beneficio de esta estrategia es la paulatina y creciente responsabilidad en el desempeño de tareas clínicas, cada vez más complejas, con el componente de reflexión sobre la forma y el ritmo de aprendizaje.
Aunque el marco conceptual de las APC se encuentra próximo al de las competencias, su valor añadido es la progresividad en la responsabilidad del desempeño profesional, en un contexto real, y sin necesidad de supervisión, lo que define que se puedan confiar al alumno. La predefinición de tales actividades, que habrá de realizarse por el equipo multidisciplinario docente, y con la asesoría de las unidades de educación médica, debe permitir identificar una serie (decenas) de tales tareas clínicas confiables al alumno, en las diferentes áreas de conocimiento más clásicas o tradicionales.
Las APC también están relacionadas, conceptualmente, con un aprendizaje basado en problemas. La gran diferencia, sin embargo, es que el alumno trabaja una experiencia clínica concreta pero con variables propias de la práctica real; por el contrario el aprendizaje del problema implica un caso predeterminado y –por decirlo de manera simple- cerrado en sus posibilidades.
En los últimos años, y sobre todo a raíz del giro que ha nucleado el proceso de enseñanza-aprendizaje de la medicina alrededor de las competencias profesionales, o en los modelos basados en problemas, la definición de un mapa de competencias, bien siguiendo a organizaciones como el British Medical Council, el CanMEDS, o el proyecto Tuning en la Unión Europea para la enseñanza superior, ha permitido avanzar de forma sustancial. Un avance adicional, seguramente sin grandes modificaciones en los curricula, podría ser la incorporación de APC en el proceso educativo para alcanzar una concordancia entre lo que se aprende y el desempeño profesional que se va a exigir.
Jesús Millán Núñez-Cortés
Editor-Jefe
EDUCACIÓN MÉDICA