La experiencia de la pandemia por COVID-19, enfermedad provocada por el SRAS-CoV2, ha evidenciado algunas necesidades del ejercicio profesional, que se han identificado como necesidades no cubiertas; lo que nos debería provocar una reflexión para que puedan ser que deberían ser subsanadas, y así adaptarnos a eventualidades y crisis sanitarias futuras, semejantes a la que nos ha afectado en el último año.
Hemos comprobado que necesitamos médicos sin apellidos de especialidad, médicos que recuerden la esencia de su profesión, que vivan los valores de la medicina, con responsabilidad social, capaces de desenvolverse en la clínica. Que tengan una fuerte formación en áreas genéricas, porque estarán obligados a recurrir diariamente a la bioética, y tendrán que desarrollar lo mejor de su espíritu crítico científico.
Las principales necesidades, que en ocasiones se han delatado como déficits han sido: el razonamiento fisiopatológico, la precocidad en el diagnóstico clínico, el ajuste del tratamiento a cada caso aún con criterios generales, el análisis costo-beneficio de las medidas, la crisis en la comunicación; y –obviamente- el liderazgo clínico activo.
Misiones, labores, necesidades, propias de la medicina. Y todas ellas focalizadas en el paciente. Si la pandemia ha tenido alguna virtud ha sido señalar –claramente- cuales han de ser las prioridades en los planes de estudio; o mejor dicho: la prioridad, que no es otra que el paciente. La medicina no tiene como objeto la enfermedad, sino el enfermo. Y eso se demuestra cuando surgen situaciones que demuestran cuales son las auténticas necesidades. La medicina se centra en el paciente, y la educación médica se debe enfocar en el mismo sentido. Tales ideas han sido asumidas en los dos documentos que se publican en el presente número. Por una parte, la Declaración de todas las Facultades de Medicina de la Comunidad de Madrid, promovido desde el Decanato de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Y por otra la Declaración fundacional del Foro Iberoamericano de Educación Médica, donde se asumen los mismos principios, sólo con algún matiz diferencial. A ambos lados del Atlántico, las comunidades académicas implicadas en la formación de futuros médicos asumen este hecho.
Las disciplinas consideradas clínicas son parte nuclear de una formación troncal médica; y de ahí la bondad de una enseñanza integrada con las disciplinas consideradas como básicas, huyendo de un desarrollo curricular individualizado que lo único que conseguiría sería profesionales con –acaso- gran formación en unas áreas y con graves déficits formativos en otras. Pero la crisis sanitaria, ha llevado consigo una crisis educativa, y con ella, una quiebra de la enseñanza clínica. Y esto puede resultar en una carencia determinante del ejercicio profesional futuro, habida cuenta que la enseñanza clínica permite familiarizarse con la medicina real, entrenarse en la práctica clínica, reconocer la propia vocación y el sentido de la propia profesión, incorporar valores propios del profesionalismo, y desarrollar los valores personales. Por tanto la formación clínica, aunque sea híbrida (presencial y simulada o virtual) es inexcusable. De ahí la oportunidad de un pronunciamiento como el que se refleja en el documento sobre Prácticas Clínicas seguras promovido desde la Sociedad Española de Educación Médica y con la participación del resto de organizaciones implicadas, tanto docentes (Conferencia Nacional de Decanos de Facultades de Medicina) como discentes (Consejo Estatal de Estudiantes de Medicina).
Como es bien sabido, la línea editorial de Educación Médica es reflejar la investigación en la enseñanza de Ciencias de la Salud, en todas sus profesiones, y en todos sus niveles, grado, postgrado, especialización y desarrollo profesional. También con participación de las organizaciones y agentes implicados. Pero, qué duda cabe que la enseñanza clínica de los futuros médicos es, siempre, un tema del que Educación Médica se debe de hacer eco.