La medicina no es para aficionados. Nunca ha sido fácil, ni lo será, enseñar o aprender medicina. Siempre ha supuesto un gran reto el diseño curricular, y el propio desarrollo del curriculum. Y a lo largo de la historia la enseñanza ha estado centrada de forma tradicional en el profesor, y las carencias educativas han sido notables. Se ha orientado hacia las necesidades del alumno, y ello nos conduce a una enseñanza basada en competencias, una mezcla de conocimientos, habilidades y valores que le capaciten para su desempeño profesional. Y, si queremos que el médico practique una medicina centrada en el paciente, parece lógico pensar que la educación médica también debería de estar centrada en el paciente.
Por otra parte, y al margen de la orientación de los planes de estudio, la experiencia señala que es necesario un cambio en el desarrollo del mismo. Hay numerosos puntos débiles bien conocidos y que, de forma tradicional, han resultado difíciles de superar: el excesivo componente teórico de la enseñanza, la transmisión de conocimientos en gran cantidad frente a la calidad de lo que se hace, la pasividad del estudiante, una evaluación de resultados escasamente basada en la evaluación de competencias, sino sólo en conocimientos, la escasa (o nula) integración curricular y a veces ni tan siquiera una coordinación. La Sociedad Española de Educación Médica ha puesto de manifiesto este escenario que produce una considerable inquietud.
¿Cuáles son las necesidades de un médico y como se adquieren? Es la pregunta clave. Un buen profesional debe armonizar sus conocimientos y sus habilidades con su actitud frente a los problemas de la profesión. Debe saber, saber hacer, y saber ser. Por tanto, requiere conocimientos, método clínico, habilidades en procedimientos diagnósticos y terapéuticos, un correcto manejo de la relación médico-paciente, poseer actitudes morales y afectivas, valores profesionales y mantener actitud favorable frente al sistema.
Enseñar medicina es una misión muy noble. Dedicar el presente de cada uno al futuro de los demás resulta emocionante. Es una aventura con un elevado componente emocional. Es un proceso de construcción de un camino que se le brinda al estudiante hasta que le permita resolver ciertas tareas complejas, o abordar como aprender a resolver otras. Esto requiere una visión integradora de la enseñanza de la medicina en todos sus aspectos: desde la planificación curricular, hasta su programación y desarrollo; desde la planificación de las distintas actividades hasta la incorporación de las mejores prácticas; desde la capacitación del profesor a la capacitación del alumno.
En definitiva, caminar desde un modelo asociacionista, jerárquico, fragmentado, poniendo énfasis en el resultado, hasta un modelo constructivista, activo, con énfasis en el proceso educativo y con dos agentes claros que interactúan: el profesor y el alumno.
Ésta es la fortaleza de la Educación Médica, y el servicio que puede prestar como un área de conocimiento transversal y en el que confluyan el pedagogo más teórico y el maestro más ejemplar.