La reciente crisis como consecuencia de la pandemia por el virus SARS-CoV2 (covid-19) ha tenido un efecto inmediato en la educación médica, poniendo en evidencia las fortalezas y debilidades de un sistema en el que la tecnología pasa a ocupar un puesto preponderante, casi diríamos protagonista, en el proceso educativo. Hemos recurrido de forma inmediata a la tecnología para mantener los procesos de enseñanza y de aprendizaje, y eso ha permitido por una parte reflexionar y actualizar las técnicas y recursos educativos disponibles, y por otra ser conscientes de carencias en aspectos como la preparación para su empleo, los instrumentos a nuestra disposición, y la formación en tales recursos.
Nos damos cuenta de que es preciso un cambio que permita contemplar y solucionar distintos escenarios educativos, diferentes a los convencionales. Sobre los métodos convencionales tenemos una base teórica razonable y una experiencia larga y variada; pero sobre los métodos a distancia tenemos una base teórica bastante menor, y una escasa experiencia acumulada. Nuestra preparación para una educación médica de futuro no es del todo suficiente o, incluso, es claramente insuficiente.
Además las decisiones no se toman de forma ágil. Frente a una respuesta inmediata al problema asistencial, de una magnitud que fuera equivalente a la dimensión del problema, nuestros reflejos para poner en marcha una formación on-line o unos sistemas de evaluación a distancia son más lentos, y nuestros pasos son más dubitativos frente a la interrupción de las formas estándar de formación y entrenamiento clínico. Y sin embargo, la dimensión profesional y educadora son indisolublemente complementarias en el entorno clínico.
Los centros educativos han cerrado, el estudiante ha desaparecido de la Facultad y del hospital; y los profesores se mantienen en contacto entre si a través de teleconferencias o videoconferencias. Y, sin embargo, la enseñanza tiene que continuar, las evaluaciones se tienen que producir, y la gestión académica tiene que mantenerse más allá de hacer una Junta de Facultad virtual.
En el área clínica, hemos tenido que recurrir a optimizar el empleo del campus virtual, los videos, los casos interactivos, los cursos on-line, la realidad virtual, los podcasts, la simulación por computación, … Las plataformas virtuales se ponen a punto y las páginas webs se emplean masivamente; y todo ello ha de servir para ofrecer oportunidades para la enseñanza y el aprendizaje de las competencias. Esto nos plantea una reflexión adicional: ¿es imprescindible el entorno clínico para la enseñanza de la medicina o se puede sustituir por una realidad virtual?, ¿se puede hacer una evaluación de las competencias clínicas de forma objetiva–modelo ECOE- de forma no presencial?. La evaluación formativa y la sumativa tienen que complementarse para ofrecer una visión objetiva de los resultados. Y la inteligencia artificial puede crear instrumentos que interactúen con los estudiantes en un amplio espectro de competencias que pueden ir desde la anatomía morfológica, al razonamiento y diagnóstico clínico.
Tras la pandemia, el futuro que nos espera es el de mejorar la transformación de nuestros sistemas incorporando técnicas y recursos que permitan una mayor versatilidad, sin necesidad de estar anclados en un sistema carente de tecnología. Pero también es preciso extender la oferta de recursos accesibles a los estudiantes, invertir (tiene su coste) y formar expertos. Esto es algo que individual y colectivamente se debe de asumir y procurar.
Como otras veces en la vida, una tragedia nos ha servido una oportunidad para cambiar las cosas, para generalizar soluciones alternativas. En este caso para mejorar la Educación Médica.