La Comisión Europea ha ofrecido recientemente un “comunicado” señalando a las Universidades como un hecho claramente distintivo del estilo de vida de Europa, e incluyendo bajo el concepto “Universidad” a las instituciones de educación superior o terciaria incluyendo las que se dedican a la formación, a la investigación, a ambas labores, tanto desde el punto de vista de las ciencias como de las artes.
En Europa existen más de 5.000 instituciones de estas características, con más de 17 millones de estudiantes en el nivel terciario, y con más de 1,35 millones de docentes y 1.17 millones de investigadores. Europa es la casa del Programa Erasmus con más de 10 millones de estudiantes beneficiados por el mismo a lo largo de los últimos 35 años. Por tanto, el sector de la Educación Superior es clave en la identidad europea; y -al mismo tiempo- Europa necesita más que nunca la contribución de las Universidades a su desarrollo en un mundo cambiante con grandes retos por delante: cambio climático, transformación digital, periodos de grandes crisis económica, o de crisis sanitaria.
Aún más, Europa necesita de las Universidades para desarrollar una auténtica agenda de unión europea, a través de las áreas de educación y de investigación, con sistemas y redes alineados con los intereses comunes y nuestros valores propios, el respeto a la ley y a los derechos humanos y a las normas y estándares internacionales. Las Universidades pueden ayudar a enfrentarnos a los grandes retos sociales. Un 93 % de respuestas en un Eurobarómetro, sugieren que podría ser útil la creación de grados unificados dentro de la Unión Europea, promovidos por una red de Universidades, facilitando -así- el estudio en distintos países de programas con módulos y cursos flexibles.
Aunque es cierto que estrategias como ésta tienen algunas situaciones que las amenazan, y que -básicamente- son dos. El primero de ellos lo han señalado las propias Universidades, identificando los inconvenientes para una auténtica autonomía y libertad debido a interferencias externas. Y, en segundo lugar, y en parte condicionante de lo anterior, hay que señalar que la financiación de las Universidades es, a menudo, insuficiente para cumplir fielmente con su misión frente a la sociedad. Sirva de ejemplo que no siempre el incremento en el número de estudiantes se acompaña de un incremento en su presupuesto en la misma proporción, con frecuentes ¡¡disminuciones!! de tal presupuesto. Y todo ello en momentos como el derivado de la pandemia por COVID-19 que ha demostrado muchas cosas, entre otras la necesidad de ciertas infraestructuras e instrumentos digitales.
No hay que olvidar los factores que influyen en el profesorado y en los investigadores. Sus condiciones laborales han de ser incentivadoras para el desarrollo de una vida profesional dedicada a la educación superior. Y, de forma paralela, el acceso a los puestos universitarios, docentes o de investigación, deben de estar siempre regulados de manera equitativa, y objetivamente ajustados a lo que se va a exigir; por ejemplo formación en técnicas y recursos educativos para los futuros docentes, o de experiencia de investigación para la demostrar la suficiencia investigadora.
El potencial de un esfuerzo en este sentido, compartido por los Estados miembros de la UE, es muy superior en cuanto al “peso relativo” que puede tener Europa en un mundo globalizado. Y eso índice a esforzarnos por estimular y reconocer la movilidad, el fomento y la retención del talento de nuestros estudiantes, así como la influencia global de nuestros profesores e investigadores y su impacto social.
Una estrategia europea para las Universidades se ha de fundamentar en una efectiva cooperación europea trasnacional en Educación Superior, como motor para promover un escenario de innovación y crecimiento de la educación superior, la investigación, y su calidad.
