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Vol. 20. Núm. 1.
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Editorial
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Una clase en un aula
A class in a classroom
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Jesús Millán Núñez-Cortés
Editor Jefe Educación Médica
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Con cierta frecuencia, y a raíz de la búsqueda de técnicas y recursos educativos distintos a la clase tradicional en el aula, se considera que éste método está desfasado, y que aporta un escaso valor añadido a la formación. Bien sea por el excesivo protagonismo del profesor, por la pasividad del estudiante, por la forma y modo de transmitir los mensajes, o por todo ello debidamente apilado.

Dar una clase en un aula siempre es un reto para el profesor. Y un desafío para el estudiante. ¿Qué debo hacer como profesor para que mi explicación sea fructífera?; ¿qué debo hacer como estudiante para que mi aprovechamiento sea máximo?

La capacidad para retener conocimientos es muy variable, dependiendo del método de aprendizaje. Seré capaz de retener un 10% de lo que leo, un 20% de lo que veo, un 30% de lo que escucho, y hasta un 40% de lo que hago (o de lo que repito). Pero estos porcentajes los debo de alcanzar en un tiempo record y con el esfuerzo de mantener la atención sobre lo que leo, veo, escucho o hago. Si soy capaz de no evadirme del tema, y de mantener el interés, lo puedo conseguir.

Por añadidura, un conocimiento estrictamente teórico se va perdiendo con el tiempo: un día y medio después de la clase puede quedar sólo un 40%, que se reduce al 20% a los dos días y medio. A los 15 días puede haberse perdido todo.

¿Es posible optimizar el porcentaje de retención de los contenidos transmitidos en una clase?; ¿es posible que perduren en el tiempo los elementos clave de la transmisión de un conocimiento concreto? Y, lo que es más importante: si la respuesta es afirmativa, y ello es posible, ¿cómo lo puedo conseguir? Este es el gran reto del profesor cuando entra en el aula para dar una clase.

Lo primero que hemos de asumir es que, además del conocimiento científico, el profesor ha de ser un profesional de la docencia. Algo tan sencillo de enunciar como difícil de llevar a cabo: “profesar la profesión de profesor”. El estudiante debe de estar preparado para adquirir conocimientos, pero el profesor debe estar preparado para transmitirlos, y no sólo ser poseedor de tales conocimientos. Su experiencia es fundamental, y es lo que le hace creíble. La experiencia se nota desde el primer minuto de clase, sencillamente porque esa experiencia es la que ha preparado ese primer minuto.

Y, desde el punto de vista pedagógico, la estructura de la clase y el método empleado para transmitir el conocimiento son los elementos clave. Es preciso considerar ciertos aspectos estructurales relativos al propio profesor (que habrá de poner en liza sus puntos más fuertes) y de la audiencia (lo que nos permitirá conocer el contexto donde damos la clase, la población de destino). En el fondo lo que buscamos es la empatía entre el protagonista de la enseñanza y el protagonista del aprendizaje. Es preciso entusiasmar al estudiante con lo que es objeto de nuestro propio entusiasmo. La emoción de dar clase no es sólo por exponer el estado del conocimiento, sino por buscar la participación y emoción del estudiante para hacerlo partícipe de su propio futuro.

¿Cómo trasmitir el mensaje? No es sencillo hacerlo de forma breve, señalando lo esencial y catalogando lo accesorio. Es imposible captar (y mucho menos mantener) la atención con exceso de mensajes o con “elevadas dosis” de conocimientos. Multipliquen 60 diapositivas por hora por el número de horas de clase que lleva un alumno que ha pasado seis cursos en la facultad. Son cientos de miles, hasta hacer que la dosis sea tóxica. Es preciso seleccionar la información en perjuicio de una visión de la A a la Z. Será más rentable interesar al estudiante con un tema que explicárselo entero. Es preciso poner a trabajar su cerebro para que genere y busque las ideas, en lugar de inundarlo de ellas.

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10.1016/j.edumed.2024.100991
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